Systems of Violence

 The Political  Economy of War and Peace in Colombia

 

Sistemas de Violencia

La economía política de la guerra y la paz en Colombia

 

(traducción no oficial)

 

CAPÍTULO 7

 

LA GUERRA CIVIL COLOMBIANA DESDE UNA PERSPECTIVA COMPARADA

 

            En análisis comparado, se emplea el método de acuerdos y diferencias mediante la identificación de similitudes en las variables dependientes asociadas con un desenlace común, tales como el Sistema de Guerra; y mediante la identificación de variables independientes que producen desenlaces diferentes, es decir, en las violencias política y criminal que no conllevan a sistemas de guerra. Este capítulo estudia tres casos diferentes: Italia, Líbano y Angola. Se escogió Italia porque, a pesar de lo violenta de su historia del s. XIX y comienzos del s. XX, no desarrolló un Sistema de Guerra. La meta aquí es explicar por qué este desenlace fue posible en Italia y no en el Líbano, Angola y Colombia. En el Líbano, la violencia se institucionalizó en un Sistema de Guerra que colapsó luego de un ciclo de 15 años. El Sistema de Guerra de Angola continúa tres décadas después de la guerra de independencia de Angola.

 

            La mayor parte de la literatura sobre la violencia colombiana ha enfocado la particularidad histórica de sus luchas sectarias entre los partidos liberal y conservador. Esta interpretación se basa en la numerosas guerras civiles que estallaron en Colombia durante el s. XIX: 1830-31, 1839-42, 1851, 1854, 1860-62, 1876-77,1895-1902, y 34 rebeliones (según Malcom Deas). ([1]) Este capítulo discute algunos casos de violencia que demuestran que la vio­lencia política y criminal colombiana no es única si la observamos en términos comparativos, como sostiene Deas.

 

ITALIA: UN SISTEMA DE GUERRA ABORTADO

 

            Italia en los siglos XIX y comienzos del XX sufría de los problemas típicos de construcción estatal que aún afectan a la mayoría de la naciones del Sur en el s. XXI. La debilidad del Estado italiano, sus Mafias, y sicarios son bien conocidos por su mala fama. Esta fama da pie a análisis comparativos con Colombia, como el adelantado por Malcom Deas. Este ejercicio comparativo es importante a fin de disipar la noción de que los países están encerrados en sus propias historias y por lo tanto condenados a un ciclo perpetuo de violencia, como sugieren algunos estudios sobre la violencia. Concuerdo con la visión de Deas según la cual Colombia no era un país particularmente violento en el s. XIX de acuerdo con estándares regionales e internacionales. El caso de Italia es particularmente útil porque no cabe dentro del molde de análisis comparativos que limitan el ejercicio a, o bien esquemas regionales, o a un concepto global de subdesarrollo. En los siglos XIX y comienzos del XX, el Estado italiano era “débil” en el sentido de que la elite era incapaz de producir un hegemon, de acuerdo con los términos de Antonio Gramsci, y persuadir a sus súbditos a aceptar la lógica sobre la cual se basa el sistema político. La elite italiana de finales del s. XIX no cumplía aún con la condición más avanzada de hegemonía que Gramsci denomina el "tercer momento" (Véase capítulo 3).

 

            El estudio de John Davis sobre la Italia del s. XIX describe un Estado cuya debilidad se manifestaba en un sistema judicial ineficiente; una Policía corrupta y mal equipada; en grupos armados de vigilancia privada y paramili­tarismo. ([2]) Para finales del s. XIX, el desenlace era un alto nivel de vio­lencia cuyo número de víctimas ascendía a más de 4,000 homicidios anuales (16 veces mayor a la tasa de la Gran Bretaña), y más del 40% de todos los crímenes quedaban impunes. ([3]) En muchas partes del país la legitimidad del Estado era incierta. Muchos notables se sentían alienados; reprobaban las intenciones del Estado por principio; y obstruían a sus representantes. La influencia de dichos notables, sin embargo, se estaba viendo simultáneamente erosionada por cambios económicos. La impresión que se tenía era que, aun si dichos notables hubiesen constituido las bases de clase del nuevo Estado, habrían sido pilares endebles. ([4]) Cuando el débil Estado tomaba medidas represivas —como la ocupación militar de Milán (que desembocó en la muerte de 80 personas y 450 heridos) o medidas represivas bajo Crispi, inspiradas por la amenaza anarquista y que resultaron en la casi total eliminación de la oposición— la reacción suscitada obligaba al Estado a abandonar dichas medidas. ([5])

            El aparato de la Policía italiana era corrupto; no disfrutaba de la confianza de las clases dominantes y aún menos de los grupos subordinados, el blanco principal de su represión. La debilidad del Estado nacía de la carencia de un hegemon que se desempeñase como grupo líder transcendiendo sus propios intereses corporativistas y proyectando una autoridad moral ampliamente aceptada por otras facciones de la clase dominante y los grupos subordinados. Para tal objetivo, la hegemonía requeriría aparatos políticos y judiciales eficaces y funcionales a fin de permitir la mediación, arbitraje y resolución de los conflictos sociales, evitando así el recurso a la salida violenta a los conflictos. Este es el trasfondo del florecimiento de la violencia política y no política en Italia.

 

            Uno de los paralelismos más importantes con Colombia es el fracaso del liberalismo del Risorgimento italiano, especialmente en los años posteriores a 1878, para resolver el asunto agrario cuando éste alcanzó su máxima crisis. De hecho, la violencia política y criminal convergió en Sicilia y el Mezzogiorno debido al tipo de estructuras agrarias (grandes terratenientes ausentistas) y una débil presencia estatal. Los terratenientes sicilianos conformaban una fuerza compacta a la cual, según Davis, no era fácil resistirse, ni dividir, lo que dificultaba al Estado el arbitraje o solución de los conflictos con los campesinos. ([6]) Davis observó que una de las variables clave, además de las estructuras económicas que determinan las diferentes formas de violencia rural en Sicilia y el Mezzogiorno, fue la relativa debilidad del Estado.([7]) Con creciente frecuencia, los grande terratenientes dependían de los paramilitares de la Mafia para ejercer el control social y salvaguardar sus grandes extensiones de tierra. La revueltas campesinas y la violencia criminal se dio a causa de la relativa debilidad del Estado para resolver los conflictos sociales.

 

            El Mafioso, según Anton Blok, era un empresario violento especializado en la mediación económica y política entre las clases sociales tradicionales, y entre el campo y el mundo exterior.([8]) El Mafioso desempeñaba un papel clave en el manejo de los procesos conflictivos y en la acomodación entre el Estado, la clase terrateniente, y los campesinos, en la medida en que monopolizaba los principales puntos de articulación políticos, coercitivos, y económicos entre el campo y los sistemas económicos y políticos más vastos. Por ende, la Mafia italiana del s. XIX jugaba el papel de mediador económico. La similitud más significativa entre los grupos paramilitares en Colombia y la Mafia en Italia (hasta 1922) está en la rela­ción que mantuvieron con las instituciones políticas y en poder que obtuvieron a partir de esa relación.

 

            En Italia, la unificación del país se basaba en la alianza táctica entre la burguesía industrial del Norte y la elite terrateniente del Sur; alianza que moldeó el sistema político hasta 1922 cuando llegaron los Fas­cistas al poder. Los términos de la alianza fueron la perpetuación del orden social y económico en el Sur; total libertad de acción para las elites dominantes a nivel local; y acceso a los recursos por parte de los diputados del Sur a cambio de un respaldo incondicional en el Parlamento a cualquier mayoría gubernamental, independientemente de su programa. Por consiguiente, el Estado delegó en las elites locales el poder para gobernar a nombre suyo y estos, a su turno, asumieron las funciones de mantenimiento del orden y estabilidad social en el campo. Como argumenta Judith Chubb, en ausencia de una autoridad del Estado central y de la mayoría de la clase terrateniente, (que en su mayor parte vivía en los centros urbanos), la elite local se convirtió en la otra cara de la Mafia o, como mínimo, en sus protectores. La Mafia también sirvió de agente armado del Estado en la represión de la oposición política. ([9]) Esto se observó entre 1943 y 1950 en Sicilia, un periodo marcado por revueltas campesinas y ocupaciones masivas de grandes ‘haciendas’, liderados por los partidos comunista y socialista que exigían una reforma agraria. Durante este periodo, la Mafia se alió en un comienzo con el Movimiento Separatista Siciliano (dominado por los grandes terratenientes que temían la creciente influencia de la Izquierda) y reclutó muchos bandidos del Movimiento Separatista para formar una fuerza contramilitar para hostigar a campesinos y partidos de izquierda. ([10]) La amenaza de un movimiento campesino en conjunto con de las crecientes tensiones nacidas de la Guerra Fría cementó los lazos entre los Demócratas Cristianos y la Mafia, ambos claramente anticomunistas. ([11])

 

            Es interesante observar que la Mafia siciliana también colaboró con las Fuerzas Aliadas. Los servicios de inteligencia estadounidenses habían establecido con­tactos con los jefes de la Mafia estadounidense y, por su intermedio con sus contrapartes en Italia, para facilitar la invasión. Posteriormente, muchos Mafiosi fueron compensados con cargos políticos en las administraciones locales. A partir de 1947 se estaba bosquejando la Guerra Fría lo que conllevó a la expulsión de los grupos de izquierda del gobierno nacional. La tendencia derechista de la Democracia Cristiana (DC) persuadió a los terratenientes y a la Mafia —los abanderados del Movimiento Separatista— a cerrar filas en contra de la Izquierda. ([12]) Desde ese entonces, la Democracia Cristiana, por su parte, aumentó su dependencia de la Mafia a nivel local.

 

            En 1950, se introdujo una reforma agraria bajo la cual el 20% de la tierra agrícola en Sicilia y dos terceras partes de la tierra ocupada por latifundios pasaron a manos de pequeños campesinos. Como resultado, la Mafia —en su calidad de guardián armado de las clases terratenientes y “el intermediario privilegiado” entre campesinos y la elite terrateniente— sufrió una transformación. ([13]) La Mafia se adaptó a las nuevas condiciones del mercado al interior de Sicilia y a nivel nacional e internacional constituyéndose en una fuerza formidable en una relación simbiótica con el Estado y sus instituciones. El sociólogo Pino Arlacchi, espe­cialista en crimen organizado, es quien mejor ha descrito este proceso de transformación. Él argumentaba que durante los años 1960 y 1970 "aprovechando las alteraciones en el clima económico e institucional de los años 1970, los Mafiosi de tipo gangster desarrollaron sus actividades económicas a un grado tan espectacular que hoy por hoy habría que incluirlas dentro de las empresas más poderosas.” Según añadió, "El Estado logró establecer un monopolio de la fuerza durante las dos décadas precedentes [1960 y 1970] así contribuyendo, al cerrarles cualquier otra alternativa, a la conversión de los Mafiosi a actividades criminales." Concluyó que se le ha permitido al Estado poner el repertorio complete de comportamientos violentos y agresivos, que tipifican el componente cotidiano del hombre de honor de los años 1930, al servicio de la acumulación de riquezas por medios ilegales y legales. ([14]) El resultado de esta compleja relación entre la Mafia y el Estado y de sus mutaciones, correspondientes a cambios políticos, sociales, culturales, y económicos fue una simbiosis en la cual la Mafia operaba como hegemon en el mercado del crimen controlando los niveles de crímenes violentos, complementando en buena parte las funciones del Estado. Esto puede explicar parcialmente la disminución en el número de homicidios relacionados con el crimen organizado desde los años 1950.

 

            Otro factor importante que contribuyó a la reducción de la violencia fue la renuncia del Partido Comunista al uso de la violencia política como medio para tomarse el poder, y su aceptación de las reglas del juego político. Esta posición del PC le negó a grupos revolucionarios más pequeños, como las Brigadas Rojas con sus tácticas violentas, la oportunidad de convertirse en un verdadero reto a la hegemonía del Estado y de lograr un respaldo significativo entre las clases trabajadoras y los campesinos. Esto evidencia que los instrumentos de colaboración entre clases institucionalizados bajo el Estado Providente ampliaron la base social del Estado y consolidaron su posición hegemónica social. ([15]) De esta manera, la violencia en Italia no se arraigo tanto como en Colombia y no se convirtió en un Sistema de Guerra. La fuerza contrahegemónica opuesta al Estado (la Izquierda) no dispuso de la fuerza suficiente para constituirse en un verdadero oponente en términos político militares; y las clases dominantes y elites políticas lograron construir un nuevo consenso hegemónico que incluyó un modus vivendi con el crimen organizado. La amigable relación entre el Partido Social Demócrata, que dominó el escenario político durante la mayor parte del s. XX, y la Mafia apoya este argumento. ([16]) De hecho, algunos de los dirigentes más prominentes del Partido Demócrata Cristiano, incluso Giulio Andreotti, han tenido vínculos con el crimen organizado desde 1947. El estudio de Ernesto Savona sobre la Camera dei Deputati brinda evidencia de la manipulación por parte del crimen organizado del sistema de contratación publica y sus repercusiones sobre la asignación de recursos y política publicas. ([17]) El estudio Savona y el caso Andreotti son ejemplos de la simbiosis que surgió desde 1947 entre el crimen organizado y el Estado. ([18])

 

La previa historia violenta de Italia no moldeó su historia posterior a la Segunda Guerra Mundial, en parte porque el Partido Comunista italiano, la fuerza más importante de la Izquierda, abandonó las tácticas de lucha armada como medio para llegar al poder político, y en parte debido a la simbiosis Estado-Mafia. La tasa de homicidios registrada en Italia en 1994 de 4,7 por 100.000 figura entre las más bajas del mundo industrial. ([19]) Los enfrentamientos intermitentes den 1983 a 1993 entre la Mafia, la Policía italiana, y el establecimiento judicial no afectaron sus lazos con el establecimiento político. ([20]) Como se puede Véase por el estudio Savona de los contratos públicos, lo que cementó esta relación fueron intereses económicos y políticos comunes. Jefes de la Mafia con inmensos recursos a su disposición son capaces de financiar campañas políticas y suministrar el apoyo logístico a aspirantes políticos; y los políticos cosechan las ganancias económicas obvias de sus relaciones con la Mafia.

 

            El ejercicio de la violencia de parte del crimen organizado ha sido selectivo, enfocado únicamente en contra de sus oponentes al interior de organizaciones estatales, en particular la rama judicial y la Policía. Adoptó la estrategia de garrote y zanahoria en los cuales la violencia sólo se utiliza como último recurso y en contra de servidores públicos que no colaboren; para eliminar la competencia en el mercado del crimen; y para asegurar la sumisión del mercado. Dicho esto, las tasas de criminalidad relativamente bajas de Italia a finales de los años 1990 atestiguan de la base social de apoyo al Estado y de la efectividad de la formula política de 1948 en la mitigación de crímenes violentos sin destruir la simbiosis con organizaciones criminales más “pacificadas” y globalizadas. Queda por verse cuándo y cómo la simbiosis entre la Mafia y el Estado se verá transformada o desmantelada, y si esto afectará los niveles de criminalidad violenta.

 

EL CICLO DEL SISTEMA DE GUERRA EN EL LÍBANO

 

            Se pueden sacar paralelos históricos entre el Líbano, Colombia e Italia. En el Líbano del siglo XIX, estallaron varias revueltas campesinas y conflictos sectarios (1820, 1830, 1845, 1860) lideradas por patriarcas feudales. ([21]) Después de lograr su independencia en 1943, el gobierno del país se estableció sobre la base de un acuerdo consociacional que dividía el poder entre los líderes de las sectas (el equivalente funcional de Liberales y Conservadores en Colombia). La distribución del poder político se basaba en el censo de población de 1932 (único censo oficial desde esa época), en el cual la relación de musulmanes a cristianos era de 5:6.

 

            En 1975 la guerra civil comenzó en serio, en parte debido a la incapacidad de la estructura política consociacional del Estado de adaptarse a los cambios. El surgimiento de nuevas fuerzas sociales; la creciente polarización de clase, la desigual distribución de los ingresos, así como diferencias regionales, exacerbaron la necesidad apremiante de una representación política más igualitaria entre musulmanes y cristianos después del cambio demográfico a favor de los primeros. Otro catalizador importante fue el desbordamiento del conflicto Israelo-árabe, que repercutió en los conflictos domésticos del Líbano, en particular en su división sectaria. Israel y los Estados Unidos apoyaron los partidos políticos cristianos de derecha, y la entonces Unión soviética y algunos Estados árabes tomaron partido por la alianza musulmana de izquierda.

 

            En vísperas de la guerra civil de 1975, el Líbano tenía una elite política fragmentada y una sociedad polarizada a lo largo de traslapadas líneas políticas, de clase y sectarias. La base social del Estado se veía profundamente afectada por conflictos intraelite, y por el surgimiento de una fuerza contrahegemónica lo suficientemente fuerte como para desafiar la autoridad del Estado en la mayor parte del territorio nacional, con el apoyo de las guerrillas palestinas. La oposición armada logró establecer su control sobre amplias regiones del país y contaba con la fuerza requerida para prevalecer, de no haber sido por las condiciones regionales e internacionales que impidieron su abierta victoria militar. La intervención militar siria en 1976, con el apoyo de los Estados Unidos y el consentimiento de Israel, venció a la alianza entre palestinos e izquierda, e impidió que la izquierda se tomara los últimos bastiones del ejército del Estado y de sus aliados, las milicias de derecha.

 

            Estas condiciones internacionales y el consecutivo realineamiento de fuerzas precipitaron un impasse militar que duró más de quince años, durante los cuales las partes en conflicto efectivamente cambiaron en lo que se refiere a su liderazgo, composición de clase y programas políticos. Sin embargo lo más importante es que alcanzaron a ajustarse a unas condiciones de guerra de baja intensidad, y a establecer una economía política positiva en términos de las ganancias económicas y políticas que este impasse les permitió acumular. En contraste con Italia, la violencia en el Líbano evolucionó hacia un Sistema de Guerra bajo el cual la oposición armada logró sostener una guerra durante más de quince años. Esto es el caso en el Líbano, mas no en Italia ya que el Estado italiano logró trazar una base de colaboración política y de clase, que se manifestó como corporativismo bajo Mussolini, y que posteriormente se expandió bajo el Estado Providente de la Democracia Cristiana. En contraste, la elite política y las clases dominantes del Líbano fueron incapaces de rediseñar fórmulas políticas aceptables que pudieran servir de base para reconstruir la hegemonía. Así, la simple existencia de altos índices de violencia no es un indicador de que lo que está operando es un Sistema de Guerra. Lo que es más importante para los fines de este análisis es que es la violencia derivada de la crisis hegemónica del Estado, exacerbada por una oposición armada con credibilidad, lo que produce un impasse.

 

            Las partes en conflicto en el Líbano comenzaron adaptándose a una guerra de baja intensidad, interrumpida por estallidos ocasionales, lo que les permitió acumular activos políticos, económicos y culturales que pesaban más que los costes de la guerra. En consecuencia, una condición de "cómodo impasse" se instauró durante la mayor parte del período entre 1977 y 1990. La guerra se institucionalizó, y se establecieron algunas reglas básicas, tales como la creación del Comité de Cese al Fuego, para regular la guerra. Se lograron acuerdos tácitos e implícitos para coordinar la imposición de gravámenes a los bienes importados que transitaban entre las distintas zonas de dominación, las transferencias de capital y de escrituras de tierras, y la protección de la propiedad privada. Estos acuerdos se hacían entre los líderes de las milicias en sus propias localidades. La suma total de dinero que circulaba en la economía de guerra era de aproximadamente US $900 millones anuales (cerca de 25% del PIB) entre 1978 y 1982. ([22]) Estas sumas se repartían como sigue: la OLP circulaba US $400 millones, las fuerzas extranjeras donaban US $300 millones a las distintas milicias, y los US $200 millones restantes provenían de fuentes libanesas internas, por concepto de renta de protección. ([23])

 

            El Sistema de Guerra generó nuevas fuerzas sociales y políticas. Capitalizando la importación de bienes de contrabando, de armas, y el narcotráfico, surgió una nueva clase de empresarios de guerra. ([24]) Esa nueva clase acumuló recursos económicos significativos, y pronto se hizo candidata a una reincorporación a la clase dominante. Esta situación es muy similar a lo que ocurrió en Colombia con la narcoburguesía y los líderes paramilitares (Pablo Escobar, los hermanos Rodríguez, y Carlos Castaño), que intentaron asimilarse dentro de la burguesía y la elite política tradicional. En el Líbano, los líderes de las milicias buscaron el poder político y, en 1990, se volvieron partícipes de la nueva elite al poder. Tal es el caso de Nabih Berri, líder de la milicia chiíta Amal; Ily Hubaika, líder de una facción de las Fuerzas Libanesas, un grupo maronita de derecha; y Samir Jaja, líder de las Fuerzas Libanesas. La mayoría de los nuevos integrantes de la elite política provenían de la pequeña burguesía y de zonas rurales.

 

            Por consiguiente, aunque el Sistema de Guerra haya sido producto de un impasse militar, la dinámica de sistemas generó nuevas fuerzas sociales que se convirtieron en parte del sistema de paz establecido desde 1990. Los líderes del Sistema de Guerra se volvieron parte de los elementos constitutivos de la hegemonía restaurada con base en el Acuerdo de Taif. Los casos del Líbano y de Colombia invitan a una revisión del muy citado dictum de Clausewitz, según el cual ‘la guerra es una continuación de la política por otros medios’. Una descripción más acertada podría ser que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Esto sería más apropiado cuando se trata de sociedades caracterizadas por agudas divisiones políticas, sectarias, étnicas, y de clase, y por crisis crónicas en la hegemonía del Estado. La guerra, en estos casos, no se debe concebir o analizar como una anomalía o una aberración de los procesos históricos, sino más bien como una parte integral de ellos.

 

            Una pregunta importante viene al caso: ¿Cómo puede un Sistema de Guerra transformarse en un sistema de paz? El caso de Líbano podría dar elementos de respuesta. El Sistema de Guerra en el Líbano alcanzó un alto nivel de institucionalización, y su economía pasó por encima de los sectores tradicionales de la economía; de hecho, los absorbió. El sector de la banca y de las finanzas, por ejemplo, floreció a partir de la entrada y la circulación de los dineros de la economía de guerra ([25]) El hecho de que este sector sufriera reveses económicos cuando se terminó la guerra no es sorprendente. Algunos sectores de la clase comerciante también fueron incorporados a la economía de la guerra gracias a la descentralización del comercio que propulsó la guerra. El distrito comercial de Beirut fue un teatro importante de la guerra, lo que obligó tanto los viejos comerciantes como los nuevos a desplazar sus actividades hacia nuevas áreas. Siendo así, ¿cómo es posible que un sistema tan institucionalizado y dominante haya sido desmantelado?

 

            La dinámica de sistemas nos da la respuesta. Los sistemas son generalmente impredecibles ya que las causas y los efectos no son lineales en el sentido de que unas entradas X no producen invariablemente una cantidad igual de salidas Y. Pero lo que nos enseñan los sistemas complejos es que, unas entradas X podrían producir desenlaces impredecibles Z. En el Líbano, el Sistema de Guerra generó nuevas fuerzas y elites políticas, pero este proceso se aunó a violentos conflictos inter e intra grupos. Uno de esos conflictos, que fue decisivo para la dinámica sistémica que llevó al colapso del Sistema de Guerra en 1990, fue el surgimiento de un nuevo comandante del ejército, Michel Oun, quien, en su búsqueda de supremacía, cambió las reglas operativas del Sistema de Guerra mediante un intento por rediseñar las líneas de batalla institucionalizadas desde 1977.

 

            Ese intento generó una reacción en cadena que propulsó la guerra hacia niveles sin precedentes. El precio de los daños causados por esta nueva fase de la guerra (que duró menos de dos años) fue estimado en US $2.000 millones en daños a la propiedad, es decir aproximadamente el 8% de los US $25.000 millones que el Líbano perdió durante la guerra civil en términos de infraestructura e instalaciones de producción. El costo militar de la "Guerra de Liberación" de Oun en contra de las fuerzas sirias de mantenimiento de paz y sus aliados libaneses fue calculado en US $150 millones de dólares mensuales, alcanzando un total de US $ 1.000 millones. Estos costes incluyen los salarios de los soldados, el precio de armas y municiones, insumos, y gastos médicos. [26]) De hecho, esta fase de la guerra destruyó las bases económicas del Sistema de Guerra. El costo de la guerra se volvió exorbitante, excediendo de lejos las capacidades de extracción de renta de los actores locales. La economía de guerra sencillamente no se podía mantener, especialmente con el apaciguamiento de la Guerra Fría, lo que hacía aun más remota la posibilidad de una asistencia militar extranjera.

 

            Técnicamente, en términos de teorías de sistemas, el Sistema de Guerra libanés fue básicamente bipolar hasta 1988: se componía de una fuerza hegemónica en el campo cristiano de derecha, y de una coalición hegemónica por el lado de la fuerza musulmán de izquierda. El ejército libanés se fragmentó en distintas facciones, pero el eje de la fuerza combatiente se quedó bajo la tutela hegemónica maronita de derecha, hasta la llegada del general Michel Oun como comandante de las Fuerzas Armadas, y posteriormente como Primer Ministro interino de 1988 a 1990. Oun trató de monopolizar el liderazgo de la coalición maronita cristiana, y de utilizarla para "liberar" todo el Líbano. Intentó cambiar las reglas del cómodo impasse en su "Guerra de Liberación" contra las fuerzas sirias y los aliados de éstas, y en la "Guerra de Anulación" contra las milicias de derecha —las Fuerzas Libanesas— al buscar cambiar las líneas de batalla y conquistar territorios ocupados por otros actores armados. El "nuevo juego" del general Oun nunca se institucionalizó pues coincidió con cambios en los ámbitos regional e internacional (Guerra del Golfo, Perestroika y colapso de la Unión soviética), que no concordaban con la regla del nuevo juego que requería un escalamiento del conflicto en el Líbano.

 

            La guerra de 1989-1990 entre Michel Oun y las Fuerzas Libanesas (FL) llevó al debilitamiento de estas últimas en los planos militar y político. La guerra también significó la pérdida de aproximadamente 55% de los recursos mensuales de las FL, debido a que sectores importantes pasaron bajo control de Oun, como el puerto de Beirut ($200,000), catastro ($800,000), y los impuestos a zonas residenciales, casinos, restaurantes y distritos comerciales ($250,000). ([27]) Lo más devastador de todo fueron los niveles de destrucción a los que llevó esta confrontación. Las Naciones Unidas calculan que, en cuatro meses, de enero a marzo de 1990, murieron aproximadamente 1.500 personas, 3.500 resultaron heridas, 100.000 emigraron, y más de 32.000 se convirtieron en refugiados. El daño material a la infraestructura del país fue de aproximadamente US $500 millones, y el ingreso per cápita cayó de US $1.150 en 1987 a US $800 en 1989. ([28])

 

            La rápida caída del PIB per capita y la concomitante inflación del 100% no sólo afectaron a las clases medias y pobres sino también a sectores importantes de la burguesía industrial y comercial. Segmentos de esta última, que fueron instrumentales en la financiación de las milicias de derecha, pagaron un precio aún más alto cuando surgió un conflicto al interior de los mismos grupos políticos de derecha. Muchas de sus industrias y de sus centros comerciales fueron arrasadas durante este conflicto. El conflicto puso de relieve la gravedad de las fracturas políticas en el seno de los grupos de derecha apuntaladas por una lucha de poder entre líderes ambiciosos, además de sacar a la luz las profundas diferencias internas de de los sectores de la burguesía que los apoyaban. Algunos de los integrantes de la burguesía tomaron partido por el General Oun, otros continuaron siendo leales a las FL mientras que otro sector apoyó a un grupo disidente de las FL, y algunos asumieron una posición neutral. El desenlace, sin embargo, fue la erosión de la unidad política que había permitido mantener una guerra de baja intensidad durante más de quince años.

 

            De esta manera, los cambios en la dinámica interna del sistema, o en su entorno, ilustran la naturaleza precaria de los sistemas violentos en general. El conjunto interno de reglas tácitas se puede ver perturbado en cualquier momento, llevando a su colapso o, a lo que Zartman llama, una "situación mutuamente hiriente". [29]) Tales momentos son generalmente los más oportunos para que intervenga la mediación de terceros, así como lo demostraron los eventos en el Líbano. En 1990, las facciones en guerra estaban agotadas por el dramático auge en los niveles de violencia, lo que permitió que la mediación regional e internacional cumpliese su cometido y se encontrase una solución al conflicto, con la firma del Acuerdo de Taif en Arabia Saudita.

 

            El Líbano es un buen ejemplo del ciclo de vida del Sistema de Guerra, desde su nacimiento, pasando por una etapa de madurez, hasta su colapso final. Si una economía política positiva se desarrolla bajo un impasse militar, y si este impasse se vuelve cómodo, el Sistema de Guerra se puede mantener por un período largo. [30]) En el Líbano, el Sistema de Guerra no sólo dependía del comportamiento, objetivos e incentivos de los actores sino también estaba moldeado por los efectos sistémicos de todos estos cuando entraron a competir con los objetivos de otros actores. Ni Michel Oun, ni sus opositores podían anticipar los efectos sistémicos de sus propios actos. Oun fue acusado de "inestabilidad mental” simplemente porque violó las "reglas estándares" del Sistema de Guerra al intentar cambiar los límites del Sistema, lo que llevó la violencia a niveles sin precedentes. No se puede definir si Oun realmente era inestable, pero lo que sí podemos decir es que Oun fue víctima de una dinámica de sistemas que él mismo ayudó a desencadenar al equivocarse en el cálculo de probabilidades, y al no prever el sinfín de consecuencias que podrían resultar de sus agresivas estrategias.

 

            El caso del Líbano apoya la tesis según la cual las sociedades fraccionadas tienden a padecer guerras más largas que aquellas sociedades con un menor grado de fraccionamiento, en particular cuando los actores locales gozan del apoyo financiero de fuentes extranjeras. Este hallazgo contradice los resultados de Paul Collier y sus colegas, que sugieren que las sociedades homogéneas y altamente fraccionadas tienen guerras civiles más cortas que las sociedades moderadamente fraccionadas. [31]) De hecho, el Líbano es altamente fraccionado y Colombia es una sociedad más homogénea en términos de su composición social, étnica y religiosa (80% de los colombianos son mestizos y católicos). Ambos países, sin embargo, han presenciado guerras prolongadas. La guerra de Líbano duró más de 15 años, y la guerra civil en Colombia más de 35 años. Explicar estos dos casos, así como la guerra civil en Angola, por las idiosincrasias, es evitar la pregunta central: ¿Por qué tienden algunos conflictos a prolongarse más que otros? He argumentado que estas "anomalías" se pueden explicar en términos de la conjunción de los tres factores que conllevan a la formación del Sistema de Guerra discutido aquí. [32]). Los capítulos anteriores trataban del caso colombiano, mostrando cómo estos tres factores efectivamente coincidieron, lo que explica la larga duración del conflicto.

 

EL SISTEMA DE GUERRA DE ANGOLA

 

            Angola logró su independencia de Portugal en 1975, y antes de poder consolidarse el poder del Estado, se desató un conflicto intraguerrillero en el seno de los que habían combatido por la Independencia. La lucha por el poder entre el Movimiento Popular por la Liberación de Angola (MPLA) y la Unión Nacional por la Liberación Total de Angola (UNITA) llevaron a una división del poder por la cual el MPLA (la facción más fuerte) dominaba el Estado y controlaba amplias partes del territorio nacional, y la UNITA controlaba las demás regiones y recibía el apoyo de África del Sur, entonces bajo el régimen de apartheid, y de los Estados Unidos. [33]). El caso de Angola difiere del caso italiano, pero no es tan disímil del caso de Líbano cuyo conflicto intraelite desfiguró la independencia del país desde 1943 y siguió sin merma durante el resto del siglo para culminar en una guerra civil. Los conflictos intraelite han abundado en Colombia desde la independencia del país en 1819, y han debilitado la capacidad hegemónica del Estado.

 

            La guerra civil en Angola ha pasado por un sinnúmero de altibajos desde 1975, para culminar en el acuerdo de 1992, que fue facilitado por los virajes internacionales consecutivos al fin de la Guerra Fría y al derrocamiento del régimen de apartheid en África del Sur. El acuerdo hubiera convertido a la UNITA en fuerza de oposición con su líder, Jonas Savimbi, asumiendo el puesto de vicepresidente. Sin embargo, este acuerdo pronto se derrumbó y la UNITA terminó controlando las regiones diamantíferas de Lunda Sul y Lunda Norte. El fracaso institucional del Estado, que no logró convencer a la UNITA de que aceptara un arreglo permanente, así como tampoco pudo vencerla, contribuyó a crear las dos primeras condiciones de un Sistema de Guerra, que hasta la fecha ha causado la muerte a 500.000 angoleños.

 

            En el transcurso de la guerra civil, el equilibrio de poder ha oscilado entre uno y otro campo, sin que ninguna de las partes logre una victoria militar decisiva. Luego de cada derrota, la UNITA pudo reagruparse y volver a emprender la guerra de guerrillas, con el apoyo de su base étnica y aprovechando las alianzas políticas regionales con el ex-dictador Mobutu Sese Seko del Zaire (hoy Congo). Pero lo que realmente impidió que las fuerzas gubernamentales lograran una victoria decisiva fue el control ejercido por la UNITA sobre las regiones diamantíferas que le permitió construir un ejército convencional con tanques, aviones y otros armamentos pesados. Tales adquisiciones han ayudado a mantener un equilibrio de fuerzas y un impasse que ninguno de los dos campos ha logrado quebrantar hasta la fecha. En últimos los ochos años (desde la ruptura del acuerdo de 1992), la UNITA ha captado entre US $3.000 y US $4.000 millones por las ventas de diamantes. ([34]). Esto equivale a un promedio de US $300 millones anuales y constituye aproximadamente un 3% de los US $3.000 millones del PIB en 1998. [35]). Gracias al control del negocio de los diamantes, la UNITA ha podido desarrollar una economía política positiva. La guerra de baja intensidad aún no ha erosionado sus fuerzas, bien sea en términos políticos (disidencia interna o fragmentación) o militares (muertes en combates). [36]). La extracción de diamantes y los impuestos recaudados por concepto de protección a las empresas y a los miles de garimpeiro (mineros) le permitió fortalecer sus capacidades de combate de construcción estatal.. Esto fue posible en el período 1994-1998, durante el cual la intensidad de la guerra amainó considerablemente permitiendo, tanto a la UNITA como al Estado, reagruparse y rearmarse. Durante este período, la UNITA fortaleció su base de poder en la región oriental, y mejoró su capacidad administrativa y su maquinaria guerrera, es decir que consolidó su fuerza antihegemónica para enfrentar el Estado. Como resultado, retrospectivamente, la guerra de baja intensidad que dominó durante el período de 1992 a 1997 permitió el desarrollo del Sistema de Guerra, ya que ambas partes, dado el equilibrio de fuerzas y los costes de la guerra, se adaptaron a estas condiciones. En Angola, como en el Líbano y en Colombia, un cómodo impasse se instauró durante la mayor parte de los años 1990.

 

            El Sistema de Guerra es no lineal; es un sistema abierto, sensible a los cambios de su entorno. En Angola, el derrocamiento en 1998 del régimen de Mobutu Sese Seko —que apoyaba a la UNITA— cambió la dinámica del Sistema de Guerra y transformó la guerra de baja intensidad en una de alta intensidad bajo la cual los dos campos se implicaron en batallas de envergadura. El Estado, capitalizando la caída de Mobutu, buscó asestarle un golpe decisivo a la UNITA mediante su expulsión de las regiones diamantíferas. El intento fracasó porque Kabila, el sucesor de Mobutu, se vio asediado, lo que obligó Angola a buscar socorrerlo. La UNITA aprovechó las crisis de Kabila aliándose con las milicias Hutu del Ruanda hasta que logró recuperar exitosamente el terreno perdido, lo que permitió que el Sistema de Guerra continuara con sus altos y bajos. A comienzos del año 2000, la UNITA perdió una parte del territorio diamantífero frente a las fuerzas gubernamentales; esto, aunado al agotamiento de viejos yacimientos mineros, provocó una baja de un 50% en sus ingresos, que pasaron de US $300 millones a aproximadamente US $150 millones anuales. [37]). Esta contracción en sus ingresos disminuye las capacidades guerreras de la UNITA, pero sería prematuro que el gobierno se regocijara ya que el tesoro de guerra de la UNITA está evaluado en varios miles de millones de dólares; suficiente para mantener una fuerza militar amenazante durante muchos años más, si las otras condiciones permanecen constantes. Los sistemas de guerra de Angola y Líbano tienen una característica en común: un impasse militar que, a pesar de los altibajos causados por la dinámica del Sistema de Guerra, siguió siendo cómodo para las facciones en conflicto. Esta misma característica, como lo hemos discutido en los capítulos anteriores, se observa en el caso colombiano.

 

            El proceso de construcción estatal angoleño se ha visto atrapado en el ambiente político de la Guerra Fría; contexto que fue aprovechado por las partes en conflicto para consolidar su lucha por el poder. El partido en el poder, el MPLA,  gozaba del apoyo de la Unión Soviética y Cuba; y la UNITA, del respaldo de Sur África y los Estados Unidos. Estas interferencias dificultaron la salida del conflicto ya que faltaban los elementos básicos para un arreglo integral, es decir, una fórmula de repartición del poder que permitiera el ejercicio de la hegemonía del Estado. El fin de la Guerra Fría y del apartheid en África del Sur abrió una nueva fase en la guerra civil en la que ambos actores ajustaron sus metas y estrategias para una guerra de baja intensidad con estallidos ocasionales. Lo que observo es, que el rompimiento por parte de la UNITA del acuerdo de paz de 1992 se explica por su control de las regiones diamantíferas. En consecuencia, la UNITA rediseño su estrategia política y militar con miras a  mejorar sus perspectivas en un acuerdo futuro. A estas alturas,  el Estado promulgó una ley que permitía a la posesión y venta de diamantes por particulares, lo que desató una guerra territorial (muy similar a las guerras de las esmeraldas en Colombia a finales de los años 1980) entre intermediarios: generales del ejército, mercenarios de África del Sur, negociantes de África occidental, gendarmes zaireños exilados, policía antimotines, compañías mineras y combatientes de la UNITA. [38]). En los años que siguieron, no obstante, la UNITA logró convertirse en la principal fuerza en las dos regiones de Lunda regulando el comercio de diamantes. 

 

            La UNITA, temiendo las repercusiones militares, políticas y económicas de una posible pérdida de las Lundas, sintió que el protocolo de Lusaka y el acuerdo de 1998 no respetaban sus privilegios en la región ni definían cómo se irían a legitimar estos privilegios en un acuerdo futuro. Esto se convirtió en un obstáculo que complicó aun más la aplicación del acuerdo. Para acabar de completar, la guerra civil angoleña se entrelazó con los realineamientos políticos consecutivos a la caída de Mobutu en Zaire, y con el mercado de los diamantes, un negocio de US $40.000 millones que involucra a Angola, Congo, Sierra Leone y Liberia. La UNITA es un actor de primer rango en este mercado, así como lo son los proveedores de armas estadounidenses y las multinacionales del diamante (tales como De Beers, la compañía con sede en Sur África). [40]). Los sistemas de guerra son sistemas abiertos con fronteras porosas.

 

            Existen similitudes y diferencias importantes entre las guerras civiles de Angola, Líbano y Colombia. Los grupos en guerra dependen de apoyos financieros y militares externos durante la primera fase (Líbano, 1975-80; Angola, 1975-89; y Colombia, 1964-80). Los Estados respectivos también dependían de la ayuda externa, así como del gasto de recurso propios en esta primera fase de la guerra civil. Durante la segunda fase, los actores (incluyendo el Estado -en particular sus Fuerzas Armadas) lograron desarrollar estrategias para la consecución de rentas y pudieron captar suficientes recursos como para acumular una economía política positiva. En esta segunda fase, los actores capitalizaron la extracción de recursos desde múltiples fuentes. En el Líbano, por ejemplo, los principales actores armados se financiaron con impuestos, inversiones, contrabando de armas y bienes, y narcotráfico. En Colombia, los insurgentes, el Estado y el crimen organizado dependían de impuestos, dineros de secuestro, extorsión, rentas de protección en zonas auríferas y petroleras, y narcotráfico. En Angola, la UNITA y el Estado contaban con la extracción de rentas por concepto de  los recursos naturales del país (diamantes y petróleo).

 

            La capacidad de los actores para acumular recursos a fin de mantener el Sistema de Guerra garantiza su perpetuación indefinida, ya que los sistemas están sujetos a contingencias y cambios en su entorno. En el caso libanés, por ejemplo, la aparición de un nuevo actor cambió la dinámica del Sistema de Guerra, llevando a la desestabilización del Sistema y posteriormente a su colapso. Aquí, la adopción de estrategias agresivas por un nuevo actor suscitó contraestrategias por parte de sus oponentes, lo que a su turno provocó desenlaces no deseados. Este es un caso típico que ilustra el Dilema del prisionero donde los actores, al no moderar sus estrategias de conflicto, afectan asimismo sus propios intereses en el mantenimiento del Sistema de Guerra a largo plazo.

 

            En contraste, el Sistema de Guerra de Angola es en esencia un sistema bipolar, que ha logrado reequilibrarse a pesar de estallidos ocasionales. A ese respecto, se acerca más a la condición de "cómodo impasse" teorizada en este libro, que al modelo propuesto por Zartman de un "punto muerto fluctuante". [41]). El Sistema de Guerra en Angola ha tenido periodos largos (en comparación con el ciclo de vida de las guerras civiles) de estabilidad, como el período 1992-97, durante el cual los combates fueron pocos. A pesar de esas fluctuaciones en la intensidad de la guerra, el impasse militar permitió a las fuerzas en contienda adaptarse, reagruparse, consolidar sus posiciones, acumular recursos económicos significativos, y por ende prolongar la guerra.

 

            Desde 1995, Colombia se ha ido aproximando a la variante libanesa con el surgimiento de un nuevo y poderoso actor, el grupo paramilitar comandado por Carlos Castaño, que perturbó el equilibrio del Sistema de Guerra generando una nueva dinámica y un escalamiento sin precedente en la intensidad de la guerra. (discutido en los capítulos 5 y 6). En el Líbano y Colombia, lo que importa no es la polaridad o la multipolaridad del Sistema de Guerra sino más bien el comportamiento y las estrategias de los actores que produjeron desenlaces no deseados o inesperados..

 

            Si bien las crisis hegemónicas de los Estados constituyen la génesis de los sistemas de guerra, cada uno de los casos discutidos aquí adquiere propiedades y trayectos propios en la institucionalización de su Sistema de Guerra respectivo, con la sola excepción de Italia, que obvió ese camino completamente. Estos tres trayectos ejemplifican los principales tipos de sistemas de guerra en el mundo, de los cuales las otras guerras prolongadas son variantes. Esos bosquejos comparativos buscan enfocar con mayor precisión el Sistema de Guerra colombiano y suscitar cuestionamientos sobre las guerras prolongadas, y ameritan una mayor profundización  rigurosa en estudios futuros.

 

CAPÍTULO 7

 

1. Malcom Deas, "Reflections on Political Violence: Colombia" in David Apter, (ed.), The Legitimatization of Violence (New York: New York University Press, 1997), p. 352.

2. John A. Davis, Conflict and Control: Law and Order in Nineteenth Century Italy (London: Macmillan Education LTD, 1988).

3. Ibid., p. 314.

4. Deas, p. 386.

5. Ibid.

6. Ibid., p. 51.

7. Ibid., p. 55.

8. Judith Chubb, The Mafia and Politics: The Italian State under Siege, Western Societies Program, occasional paper no. 23, Center for International Studies, Cornell University, 1989, p. 14.

9. Ibid.

10. Ibid., p. 16

11. Ibid.

12. Ibid., p. 25.

13. Ibid., p. 26.

14. Pino Arlacchi, "The Mafioso: From Man of Honour to Entrepreneur," The New Left Review 118 (noviembre-diciembre 1979): pp. 53-72

15. Peter Gran, Beyond Eurocentrism: A New View of Modern World His­tory (Syracuse: Syracuse University Press, 1996), pp. 94-95; Para las relaciones del crimen organizado con la coalición antifascista durante y despues de la II Guerra Mundial, véase Vittofranco Pisano, The Dynamics of Subversion and Violence in Contemporary Italy (Stanford, CA: Hoover Institution Press, 1987), pp. 92-96. El desembarque de los Aliados en Nápoles fue facilitado por la Mafia, y la Mafia, por haber resistido a los fascistas, cosechó varios puestos municipales clave.

16. Ver Pino Arlacchi, Mafia Business: The Mafia Ethic and the Spirit of Capitalism (London: Verso, 1986); Commissione Parlamatare sul fenomeno della Mafia, Relazione di Maggioranza (Rome: Camera dei Deputati, Senado della Republica).

17. Ernesto Savona (ed.), Mafia Issues: Analysis and Proposals for Com­bating the Mafia Today (Milan, Italy: International Scientific and Professional Advisory Council of the United Nations Crime Prevention and Criminal Justice Programme, 1993); and E. Savona and Phil Williams, The United Nations and Transnational Organized Crime (London: Frank Cass, 1996).

18. Ver Emanuele Macaluso, Giulio Andreotti Tra Stato e Mafia (Messina, Italy: Rubettino Editore).

19. Esta es la cifra más reciente sobre las tasas de homicidios. Véase Human Devel­opment Report 1999 (New York: Oxford University Press, 1999), p. 221, Canadá tenía para este mismo año una tasa de 1.9 por 100,000; y Francia 4.7 por 100,000; mientras que en Colombia era de 75.9 por 100,000.

20. Williams and Savona, p. 14.

21. Richani, Dilemmas of Democracy, en particular el Cápitulo 2.

22. Samir Tanir, "Al-Iktisad al-Lubnani bain Harbain," Assa fir, May 31, 1993.

23. Nazih Richani, "Comparative Protracted Wars, Lebanon and Colom­bia" papel presentado en el International Institute of International Studies Con­ference on Civil-Military Relations, Beirut, septiembre 1998; Richani, "The Political Economies of the War System in Lebanon and Colombia”, paper pre­sented at the World Bank and Peace Research Institute Oslo (PRIG) Conference on the Economics of Civil Wars, Oslo, Norway junio 11-12, 2001.

24. En los años 1980, la producción local de hashish y de opio sumaba US $1.000 millones que para 1987 correspondía a una tercera parte del PIB. En este sentido, el Líbano llegó en segundo lugar, después de Colombia, en el mercado internacional de drogas. El Líbano también producía ‘base depatraseada’ (crack) con materia prima importada de Colombia, en particular durante la intensificación de las confrontaciones con los narcotraficantes. Foreign Broadcast International Service (FBIS), Near East Service, febrero 9, 1990, p. 48.

25. Se estimaba que cerca de US $2.000 millones relacionados con la economía de la guerra circulaban a través del sistema bancario, brindando la liquidez y reservas de divisas requeridas para impedir la devaluación de la lira libanesa (LL). Esta última fue fuertemente devaluada, pasando de una tasa de cambio de 5 por US $1 a 2.000 LL por dólar en la segunda mitad de los años 1980. Esta devaluación fue precipitada por el retiro de fondos de la OLP, y la disminución de la ayuda extranjera a las facciones en guerra a mediados de los años 1980. La OLP se retiró del Líbano después de la invasión israelí en 1982.

26. Al Hayat, febrero 4, 1990.

27. "Hukum al Milishiat," Alhayat, enero 31, 1990.

28. Harb al Sharkiya fi Takdirat al-Uman al Mutahida, AnNahar, noviembre 11 1990.

29. I. William Zartman, "The Unfinished Agenda: Negotiating Internal Conflicts" in Licklider, pp. 20-34.

30. Richani, Dilemmas of Democracy, Capítulo 6. Líderes de las Fuerzas Libanesas, por ejemplo, pensaban que la guerra de baja intensidad podía servir mejor sus intereses políticos e ideológicos, y era mejor que aceptar un compromiso, que podría conllevar concesiones políticas y económicas al otro bando. Kareem Pakradouni, miembro del Consejo Central de las Fuerzas Libanesas, entrevista con el autor, Beirut, 1996.

31. Paul Collier, Anke Hoeffler, and Mans Soderbom, "On the Duration of Civil War" typescript (Washington, D.C.: World Bank, Development Economic Research Group, 1999).

32. Ver Richani, The political Economy of Violence, Richani, "How Can a War System Break Down?" Paper presented at the United States War College, Carlisle Penn., diciembre 1998.

33. Es importante anotar que la UNITA recluta la mayoría de sus seguidores en la región de origen de su líder Jonas Savimbi Ovimbundu y entre los Chokwe, Lunda, Nganguala, y otros grupos del Sur de Angola que buscan salvaguardar elementos de sus propias culturas. Algunos de los sureños mantenían una desconfianza heredada desde hace siglos hacia los grupos étnicos del Norte. Esto permite una mejor apreciación de algunos aspectos étnicos del conflicto. Véase Thomas Collelo (ed.), Angola: A Country Study (Washington, D.C.: Library of Congress, 1991), pp. 187-88.

34. Un estimativo del comité de las Naciones Unidas sobre las sanciones a Angola. Véase The New York Times, domingo, agosto 8, 1999, p. 3.

35. Human Development Report 1999. (New York: Oxford University Press, 1999), p. 183.

36. A finales de 1998, dos facciones separatistas surgieron, una bajo Abel Chikumuvu, líder de la delegación parlamentaria de la UNITA formada después del Protocolo de Lusaka en 1994, y la Unita-Renovada. Ninguna de estas dos facciones cuenta con el apoyo significativo de las fuerzas más importantes de la UNITA, y el liderazgo de Jonas Savimbi parecía firme. Ver Donald Rothchild and Caroline Hartzell, "Interstate and Intrastate Negotiations in Angola" in Zartman, pp. 175-203.

37. Financial Times, marzo 30, 2000, p. 4.

38. Financial Times, May 3, 1996. P. 4.

39. Un negociante en diamantes de origen libanés, que tenía negocios en las zonas controladas por la UNITA me explicó que la UNITA ejercía un control total sobre el comercio de los diamantes hasta la fecha de la entrevista a finales de 1998. Entrevista con el autor, Beirut, septiembre 1999.

40. Véase African Business 249 (diciembre 1999): pp. 8-11.

41. Zartman argumenta que la condición del “punto muerto mutuamente hiriente” (mutually hurting stalemate) no se logra fácilmente debido a la dinámica del conflicto. Explica que en el momento en el que el gobierno ve una pequeña mejora a su favor para restablecer su autoridad sobre el país, la insurgencia puede considerar que es el comienzo de una autodeterminación justificada. Si la insurgencia se debilita, se retira a las colinas, al monte; y si el gobierno se debilita, se retira a la capital desde donde puede ejercer su soberanía sobre una porción del país, aunque algo más pequeña. Sin embargo ninguna de las dos partes tiene el poder de desalojar a la otra completamente: un punto muerto fluctuante se convierte en el modus vivendi. Zartman in Licklider, Stopping the Killing, p. 26. Sin embargo, en los casos del Líbano, Angola y Colombia hay fuerzas militares con poderíos considerables; amplias bases de apoyo; y acceso a recursos económicos importantes, lo que por consiguiente aumenta el precio de la paz con la ayuda de una cómoda guerra de baja intensidad. El modelo de Zartman minimiza la importancia de los desincentivos para un arreglo pacífico.